Rafael Berruezo cruzó Los Andes para arribar a Valparaíso, su casa. Llegó a Santiago Wanderers en un préstamo para el año 1940, pero rápidamente se tuvo que devolver a Gimnasia de Mendoza, su club de aquel entonces. No obstante, su mente nunca dejó la camiseta caturra y apenas pudo regresó a Chile.

 

El retorno se dio un viernes y ya el domingo estaba jugando en Playa Ancha. Los fanáticos lo definían como un fenómeno. Un centro half extraordinario. Si Berruezo no estaba, los caturros no andaban. Pese a su posición aparecía por todos lados, se movía de izquierda a derecha, recorría la banda completa. Un perro de presa.

 

Fue parte de los títulos de 1941 y 1942. Permaneció por nueve años en el club, defendiendo la camiseta siempre con hidalguía, con su característico mostacho que lo hacía visible para la gente. Actualmente sus restos descansan en el Parque del Mar en Con-Con, reafirmando que miró hacia el otro lado de la cordillera con el deseo de cruzarla para siempre.